El arte en tiempos de anestesia.

Desde las pinturas en cavernas hasta los beats digitales de hoy, el arte ha sido siempre una declaración de existencia. Una forma de decir: “Esto soy. Esto vemos. Esto sentimos. Esto duele. Esto importa.” Pero algo se perdió en el camino.

Como la comida que ya no nos nutre, sino que nos enferma, el arte está en decadencia y actualmente en vez de invitarnos a sentir, expresar y comunicar se ha convertido en una comodidad comercial que sirve para preservar cuerpos sedientos, ego y obediencia sin cuestionamiento.
El mundo entero se ha vuelto un escenario para reforzar el mismo viejo guión: consumo, apariencia, distracción.
El cine, que alguna vez fue promesa de belleza y panfleto de revolución, ahora es catálogo de juguetes para adultos adormecidos y niños programados. La música sirve para vender alcohol en ambientes controlados para que nuevamente refuerces el modelo: consumo, apariencia, distracción.

Lo siento si ofendo la música que escuchan o las películas que ven. Pero hemos perdido nuestra relación con lo sagrado en el arte y esto nos dejó un vacío. Esta falta de creación en nuestras vidas cotidianas permitió que nos llenemos con falsos ídolos y glotonería. Viviendo en un mundo que destruimos en el proceso de habitarlo. Hemos aprendido a sustentar nuestra existencia a través de reforzar el mismo sistema que nos ofrece el alivio al dolor que nos causa vivir en el.

El arte ha sido relegado a entretenimiento, a pasatiempo, a adorno.
Lo profundo quedó aislado porque la vida que llevamos es demasiado rápida y distraída como para apreciar el detalle en nada que no engrane con el ritmo de la máquina. Lo incómodo, marginado en el olvido porque este mundo prefiere dejarte morir en el silencio del bosque antes de que arruines la fiesta con tu sufrimiento. Nuestra relativa individualidad poco a poco se ha ido convirtiendo en un algoritmo que ahora sirve para comprar tu atención con el aparato perfecto para complacer tus sentidos.
Lo más triste, es que el arte dejó de ser una herramienta para explorar lo magnífico de la vida y se volvió parte del ruido. Una distracción más para evitar mirar de frente el vacío.

No se trata de romantizar una idea del pasado ni de rechazar lo nuevo. El problema no es ni la tecnología ni los gustos populares. El problema es que ya no buscamos expresar lo que somos, sino lo que creemos que nos hará aceptados. Una obediencia silenciosa que no desafía nada ni incomoda a nadie.

Por eso, en este tiempo, crear es una forma de resistencia. De no ser complaciente con aceptar algo que sabes que está muy podrido.
El arte es una manera de volver a mirar hacia adentro y decir algo auténtico que no venga empaquetado por el algoritmo. Crear es usar el tiempo para algo rea y tangible. Es volver a lo humano en medio de todo lo automático.
Es recordar que estamos vivos y que vamos a morir y hacer algo al respecto.